Comentario
George Grosz (1893-1959) es un artista que hace política. En la mejor tradición del arte político, no sólo es pintor, es, además, o sobre todo, dibujante y caricaturista. Desde los primeros momentos hay en su obra un profundo disgusto por la vida, disgusto que se convirtió en indignación con la guerra. Aunque durante su permanencia en el ejército, en la Primera Guerra Mundial, no vio batallas, su rebeldía innata contra toda autoridad y su condición exquisita de dandy le hicieron rechazar violentamente esta situación y sentirse asqueado. Esto le trajo problemas y un proceso por insultos y blasfemias que casi le llevó ante un pelotón de fusilamiento. "Es verdad -escribía -, estoy contra la guerra, es decir, contra todo sistema que me encierre".Fuera del ejército se dedicó a quitar la careta a ese mundo que ahora conocía mejor. Con un análisis frío de la situación en Alemania, desmitifica y desenmascara a la burguesía y al ejército, destapando la podredumbre que hay en sus cerebros, bajo trajes y sombreros socialmente respetables. En sus series El rostro de la clase dominante (1921) o en Ecce homo (1927), hace una crítica despiadada de los militares, la burocracia, la burguesía y la iglesia, en escenas llenas de violencia y sexo, asuntos que le fascinaban también personalmente. "Vivía -escribe en su "Autobiografía"- en mi propio mundo. Mis obras expresaban mi desesperación, el odio y la desilusión. Despreciaba radicalmente a todo el género humano". Porque no sólo odia a los que tienen el poder, también desprecia a los que se someten.En sus cuadros sufren o hacen sufrir inválidos, mutilados de guerra, asesinos, suicidas, hombres de negocios gordos y satisfechos, a los que otros les hacen el trabajo sucio. Junto a prostitutas, uno de sus temas favoritos, a las que degradan todavía un poco más con su trato, y en ocasiones matan, en una imagen que aparece de manera obsesiva en Grosz, Dix y casi todos los pintores de la Nueva Objetividad. La muerte, el dolor, el sufrimiento, la humillación, la degradación, son los protagonistas de sus escenas y ante ellos Grosz muestra siempre una actitud ambivalente de atracción y repulsión, que no desentona con su compleja personalidad, su afición al disfraz, a las máscaras y al cambio de personalidad.Formalmente emplea todos los medios a su alcance, es decir, los recursos que le brindan otros ismos, como el cubismo o el futurismo, que le proporciona el escenario, frío, vacío y geometrizado de sus ciudades, por las que se arrastran seres anónimos, cargados de cicatrices y solos. Hay en Grosz una voluntad expresa de no hacer gran pintura o buena pintura. Los problemas eran tan urgentes y tan inmediatos que no había tiempo ni tranquilidad para ello. La pintura -o la caricatura o el dibujo- tenía que ser entendida fácil y rápidamente, porque era un arma política y no podía ser de otro modo. Por eso las figuras son sumarias, poco más que muñecos o maniquíes, herederos de dada y resueltos con un dibujo escueto, en pocos trazos, a los que a veces se añaden unos toques ligeros de aguada, pero más elocuentes y más comprensibles por lo concisos.Quería ser un revolucionario y así se sentía mientras trabajaba, y quería que los demás artistas lo fueran también: "¡Comprended -decía - que esta masa es la que trabaja en la organización del mundo! ¡No vosotros! Pero vosotros podríais colaborar en la construcción de esta organización. ¡Podríais ayudar sólo con que quisierais! En cuanto os esforcéis por dar a nuestros trabajos artísticos un contenido que esté guiado por las ideas revolucionarias de las clases trabajadoras!"El grueso de su obra más interesante se desarrolla en Alemania, entre 1916 y 1932. En este año tiene que emigrar a los Estados Unidos, tras escaparse del acoso de los nazis. Allí, falto de los estímulos políticos que tenía en Europa, cambia el rumbo de su pintura, que pierde el brío de los años veinte.